Fuerte ataque a Bergoglio de la izquierda y los laicistas al inicio de su pontificado

Esta operación montada, e inicialmente operada por la diplomacia argentina antes del cónclave, para prevenir la elección de Bergoglio como Papa, por ser molesto para el gobierno de Kirchner, siguió con las denuncias de un ex guerrillero montonero que se dedica a denunciar a personas “molestas políticamente”, y luego se le unió el coro de la izquierda y los laicistas internacionales que ven a la Iglesia Católica como el último reducto de resistencia a su plan de hegemonía global.

EL DOSSIER ARGENTINO CONTRA BERGOGLIO
El Vaticano confirmó que la diplomacia argentina en Italia redactó y distribuyó entre ciertos cardenales un dossier sucio para bloquear la posible designación de Jorge Mario Bergoglio como sucesor de Benedicto XVI.

El dossier sucio, entregado a los cardenales antes del cónclave para designar al nuevo Sumo Pontífice, se urdió sobre las notas escritas por el periodista Horacio Verbitsky (ex encargado de inteligencia del grupo guerrillero Montoneros) denunciando la presunta complicidad de Bergoglio con la última dictadura militar, pese al fallo definitivo de la justicia federal en la causa ESMA que desestimó esa acusación por falta de pruebas.

En el Vaticano aseguran que la falsa denuncia contra Bergoglio fue cocinada por un diplomático argentino de apellido histórico en el peronismo, tramada por un legislador nacional vinculado a los organismos de Derechos Humanos y filtrada a los electores del futuro Papa por un cardenal que conoce las desavenencias entre Francisco y la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

Los autores materiales del dossier, a sabiendas y negando la verdad histórica, evitaron agregar en su panfleto diplomático que Bergoglio enfrentó la acusación durante una comparecencia como testigo que se formalizó en el Arzobispado, duró cuatro horas y ocurrió ante los jueces Germán Castelli, Daniel Obligado y Ricardo Farías, miembros del Tribunal Oral Federal Nº 5 que entendía en la causa ESMA.

HORACIO VERBITSKY ES LA CABEZA DE LA OPERACIÓN GLOBAL
En una columna publicada en el sitio web de ArgentinosAlerta, el joven escritor Agustín Laje develó que el director del diario oficialista argentino Página 12, Horacio Verbitsky, fue un “doble agente” que apoyó a la dictadura que sufrió Argentina hace 30 años.

Verbitsky, a quien el periodista argentino Jorge Lanata describió como un “ministro K (del régimen de Cristina Fernández de Kirchner) sin cartera”, calificó la elección del Papa Francisco como “una vergüenza para Argentina y Sudamérica”, y en diversos escritos aseguró que el Santo Padre había colaborado con la dictadura que rigió en el país entre 1976 y 1983.

Página 12, el diario dirigido por Verbitsky, habría recibido entre 2011 e inicios de 2012, más de 11 millones de dólares por publicidad del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.

De acuerdo a Agustín Laje,
“muchos son los ex guerrilleros que señalan a Verbitsky como un traidor o ‘doble agente’” vinculado a la dictadura.

Estos ex guerrilleros, reveló Laje, “indican, en efecto, que sobre 62 integrantes conocidos que pasaron por el área de inteligencia montonera, el único que sobrevivió y ni siquiera resultó detenido, es llamativamente Horacio Verbitsky”.

En 1977, indicó Laje, Horacio Verbitsky se alejó de Montoneros para acercarse a las Fuerzas Armadas.

“Es lo que en la época se llamaba ‘colaboracionismo’”, dijo.

“Una prueba fulminante en este sentido es su colaboración en el libro ‘El poder aéreo de los argentinos’, que editó el Círculo de la Fuerza Aérea en 1979. Escrito por el comodoro (r) Juan José Güiraldes, el nombre del ex montonero ilustra la primera página de la obra en donde se le agradece su aporte”, indicó.

CUAL ES LA DENUNCIA CONCRETA
En la denuncia se le atribuía al cardenal una cuota de responsabilidad por el secuestro de dos sacerdotes jesuitas, que se desempeñaban en una villa de emergencia del barrio porteño de Flores, efectuado por miembros de la Marina en mayo de 1976, dos meses después del golpe.

De acuerdo con esa versión, Bergoglio –quien, por entonces, era el provincial de la Compañía de Jesús en la Argentina– les pidió a los padres Orlando Yorio y Francisco Jalics que abandonaran su trabajo pastoral en la barriada y, como ellos se negaron, les comunicó a los militares que los religiosos ya no contaban con el amparo de la Iglesia, dejándoles así el camino expedito para que los secuestraran, con el consiguiente peligro que eso implicaba para sus vidas.

El cardenal nunca quiso salir a responder la acusación como, tampoco, jamás se refirió a otras imputaciones del mismo origen sobre supuestos lazos con miembros de la Junta Militar (ni, en general, nunca contó públicamente cuál fue su actitud durante la última dictadura).

DESMENTIDOS
El propio Jalics, desde 1978 en Alemania y actualmente en la pequeña localidad bávara de Wilhelmsthal, que viajó hace unos años a Buenos Aires, por invitación del arzobispado de la capital argentina, y “abordó la cuestión”, indicaron fuentes de esa orden en Múnich a la edición digital del semanario Der Spiegel, dijo que “Está en paz con Bergoglio”.

Los dos jesuitas fueron liberados tras cinco meses de torturas y Yorio murió en el 2000 en Uruguay

También el activista de derechos humanos y Premio Nobel de la Paz argentino Adolfo Pérez Esquivel, rechazó tajantemente tales acusaciones desde la televisión británica BBC, donde dijo que:

“hubo obispos que fueron cómplices de la dictadura argentina, pero Bergoglio no”.

Al nuevo Papa:

“se lo cuestiona porque se dice que no hizo lo necesario para sacar de la prisión a dos sacerdotes. Sé personalmente que muchos obispos pedían a la Junta Militar la liberación de prisioneros y sacerdotes y no se les concedía”, recordó Pérez Esquivel.

También fue desmentido por Graciela Fernández Meijide, ex secretaria de la CONADEP y Julio Strassera, ex fiscal en el Juicio a los Ex comandantes.

DEL LIBRO-ENTREVISTA “EL JESUITA” (2010), POR SERGIO RUBIN Y FRANCESCA AMBROGETTI
Cardenal: usted deslizó antes que durante la dictadura, escondió gente que estaba siendo perseguida. ¿Cómo fue aquello? ¿A cuántos protegió? 

En el colegio Máximo de la Compañía de Jesús, en San Miguel, en el Gran Buenos Aires, donde residía, escondí a unos cuantos. No recuerdo exactamente el número, pero fueron varios.

Luego de la muerte de monseñor Enrique Angelelli el obispo de [la diócesis argentina de] La Rioja, (que se caracterizó por su compromiso con los pobres), cobijé en el colegio Máximo a tres seminaristas de su diócesis que estudiaban teología. No estaban escondidos, pero sí cuidados, protegidos.

Yendo a La Rioja para participar de un homenaje a Angelelli con motivo de cumplirse 30 años de su muerte, el obispo de Bariloche, Fernando Maletti, se encontró en el micro con uno de esos tres curas que está viviendo actualmente en Villa Eloísa, en la provincia de Santa Fe.

Maletti no lo conocía, pero al ponerse a charlar, éste le contó que él y los otros dos sacerdotes veían en el colegio Máximo a personas que hacían “largos ejercicios espirituales de 20 días” y que, con el paso del tiempo, se dieron cuenta de que eso era una pantalla para esconder gente. Maletti después me lo contó, me dijo que no sabía toda esta historia y que habría que difundirla.

Aparte de esconder gente, ¿hizo algunas otras cosas?

Saqué del país, por Foz de Iguazú, a un joven que era bastante parecido a mí con mi cédula de identidad, vestido de sacerdote, con el clerigman y, de esa forma, pudo salvar su vida.

Además, hice lo que pude con la edad que tenía y las pocas relaciones con las que contaba, para abogar por personas secuestradas. Llegué a ver dos veces al general (Jorge) Videla y al almirante (Emilio) Massera. En uno de mis intentos de conversar con Videla, me las arreglé para averiguar qué capellán militar le oficiaba la misa y lo convencí para que dijera que se había enfermado y me enviara a mí en su reemplazo.

Recuerdo que oficié en la residencia del comandante en Jefe del Ejército ante toda la familia de Videla, un sábado a la tarde. Después, le pedí a Videla hablar con él, siempre en plan de averiguar el paradero de los curas detenidos.

A lugares de detención no fui, salvo una vez que concurrí a una base aeronáutica, cercana a San Miguel, de la vecina localidad de José C. Paz, para averiguar sobre la suerte de un muchacho.

¿Hubo algún caso que recuerde especialmente? 

Recuerdo una reunión con una señora que me trajo Esther Balestrino de Careaga, aquella mujer que, como antes conté, fue jefa mía en el laboratorio, que tanto me enseñó de política, luego secuestrada y asesinada y hoy enterrada en la iglesia porteña de Santa Cruz.

La señora, oriunda de Avellaneda, en el Gran Buenos Aires, tenía dos hijos jóvenes con dos o tres años de casados, ambos delegados obreros de militancia comunista, que habían sido secuestrados.

Viuda, los dos chicos eran lo único que tenía en su vida. ¡Cómo lloraba esa mujer! Esa imagen no me la olvidaré nunca. Yo hice algunas averiguaciones que no me llevaron a ninguna parte y, con frecuencia, me reprocho no haber hecho lo suficiente.

¿Puede relatar alguna gestión que llegó a buen término? 

Me viene a la mente el caso de un joven catequista que había sido secuestrado y por el que me pidieron que intercediera. También en este caso me moví dentro de mis pocas posibilidades y mi escaso peso. No sé cuánto habrán influido mis averiguaciones, pero lo cierto es que, gracias a Dios, al poco tiempo el muchacho fue liberado.

¡Qué contenta estaba su familia! Por eso, reitero: después de situaciones como ésa, cómo no comprender la reacción de tantas madres que vivieron un calvario terrible, pero que, a diferencia de este caso, no volvieron a ver con vida a sus hijos.

¿Cuál fue su desempeño en torno al secuestro de los sacerdotes Yorio y Jalics? 

Para responder tengo que contar que ellos estaban pergeñando una congregación religiosa, y le entregaron el primer borrador de las reglas a los monseñores Pironio, Zazpe y Serra. Conservo la copia que me dieron.

El superior general de los jesuitas, quien por entonces era el padre Arrupe, dijo que eligieran entre la comunidad en que vivían y la Compañía de Jesús y ordenó que cambiaran de comunidad. Como ellos persistieron en su proyecto, y se disolvió el grupo, pidieron la salida de la Compañía. Fue un largo proceso interno que duró un año y pico. No una decisión expeditiva mía.

Cuando se le acepta la dimisión a Yorio (también al padre Luis Dourrón, que se desempeñaba junto con ellos) –con Jalics no era posible hacerlo, porque tenía hecha la profesión solemne y solamente el Sumo Pontífice puede hacer lugar a la solicitud, corría marzo de 1976, más exactamente era el día 19; o sea, faltaban cinco días para el derrocamiento del gobierno de Isabel Perón.

Ante los rumores de la inminencia de un golpe, les dije que tuvieran mucho cuidado. Recuerdo que les ofrecí, por si llegaba a ser conveniente para su seguridad, que vinieran a vivir a la casa provincial de la Compañía.

¿Ellos corrían peligro simplemente porque se desempeñaban en una villa de emergencia? 

Efectivamente. Vivían en el llamado barrio Rivadavia del Bajo Flores. Nunca creí que estuvieran involucrados en “actividades subversivas” como sostenían sus perseguidores, y realmente no lo estaban.

Pero, por su relación con algunos curas de las villas de emergencia, quedaban demasiado expuestos a la paranoia de caza de brujas. Como permanecieron en el barrio, Yorio y Jalics fueron secuestrados durante un rastrillaje. Dourrón se salvó porque, cuando se produjo el operativo, estaba recorriendo la villa en bicicleta y, al ver todo el movimiento, abandonó el lugar por la calle Varela.

Afortunadamente, tiempo después fueron liberados, primero porque no pudieron acusarlos de nada, y segundo, porque nos movimos como locos. Esa misma noche en que me enteré de su secuestro, comencé a moverme. Cuando dije que estuve dos veces con Videla y dos con Massera fue por el secuestro de ellos.

Según la denuncia, Yorio y Jalics consideraban que usted también los tachaba de subversivos, o poco menos, y ejercía una actitud persecutoria hacia ellos por su condición de progresistas. 

No quiero ceder a los que me quieren meter en un conventillo. Acabo de exponer, con toda sinceridad, cuál era mi visión sobre el desempeño de esos sacerdotes y la actitud que asumí tras su secuestro. Jalics, cuando viene a Buenos Aires, me visita. Una vez, incluso, concelebramos la misa. Viene a dar cursos con mi permiso.

En una oportunidad, la Santa Sede le ofreció aceptar su dimisión, pero resolvió seguir dentro de la Compañía de Jesús. Repito: no los eché de la congregación, ni quería que quedaran desprotegidos.

Además, la denuncia dice que tres años después, cuando Jalics residía en Alemania y en la Argentina todavía había una dictadura, le pidió que intercediera ante la Cancillería para que le renovaran el pasaporte sin tener que venir al país, pero que usted, si bien hizo el trámite, aconsejó a los funcionarios de la Secretaría de Culto del Ministerio de Relaciones Exteriores que no hicieran lugar a la solicitud por los antecedentes subversivos del sacerdote… 

No es exacto. Es verdad, sí, que Jalics – que había nacido en Hungría, pero era ciudadano argentino con pasaporte argentino – me escribió siendo yo todavía provincial para pedirme la gestión pues tenía temor fundado de venir a la Argentina y ser detenido de nuevo.

Yo, entonces, escribí una carta a las autoridades con la petición – pero sin consignar la verdadera razón, sino aduciendo que el viaje era muy costoso – para lograr que se instruya a la embajada en Bonn. La entregué en mano y el funcionario, que la recibió, me preguntó cómo fueron las circunstancias que precipitaron la salida de Jalics. “A él y a su compañero los acusaron de guerrilleros y no tenían nada que ver”, le respondí. “Bueno, déjeme la carta, que después le van a contestar”, fueron sus palabras.

¿Qué pasó después? 

Por supuesto que no aceptaron la petición. El autor de la denuncia en mi contra revisó el archivo de la Secretaría de Culto y lo único que mencionó fue que encontró un papelito de aquel funcionario en el que había escrito que habló conmigo y que yo le dije que fueron acusados de guerrilleros.

En fin, había consignado esa parte de la conversación, pero no la otra en la que yo señalaba que los sacerdotes no tenían nada que ver. Además, el autor de la denuncia soslaya mi carta donde yo ponía la cara por Jalics y hacía la petición.

También se comentó que usted propició que la Universidad Del Salvador, creada por los jesuitas, le entregara un doctorado honoris causa al almirante Massera. 

Creo que no fue un doctorado, sino un profesorado. Yo no lo promoví. Recibí la invitación para el acto, pero no fui. Y, cuando descubrí que un grupo había politizado la universidad, fui a una reunión de la Asociación Civil y les pedí que se fueran, pese a que la Universidad ya no pertenecía a la Compañía de Jesús y que yo no tenía ninguna autoridad más allá de ser un sacerdote.

Digo esto porque se me vinculó, además, con ese grupo político. De todas maneras, si respondo a cada imputación, entro en el juego. Hace poco estuve en una sinagoga participando de una ceremonia. Recé mucho y, mientras lo hacía, escuché una frase de los textos sapienciales que no recordaba: “Señor, que en la burla sepa mantener el silencio.” La frase me dio mucha paz y mucha alegría.

EL TESTIMONIO DE ALICIA OLIVEIRA
“Recuerdo que Bergoglio vino a verme al juzgado por un problema de un tercero, allá por 1974 ó 1975, empezamos a charlar y se generó una empatía que abrió paso a nuevas conversaciones. En una de esas charlas, hablamos de la inminencia de un golpe. El era el provincial de los jesuitas y, seguramente, estaba más informado que yo. En la prensa hasta se barajaban los nombres de los futuros ministros. El diario La Razón había publicado que José Alfredo Martínez de Hoz sería el ministro de Economía”, evoca Oliveira y agrega que “Bergoglio estaba muy preocupado por lo que presentía que sobrevendría y,  como sabía de mi compromiso con los derechos humanos, temía por mi vida. Llegó a sugerirme que me fuera a vivir un tiempo al colegio Máximo. Pero yo no acepté y le contesté con una humorada completamente desafortunada frente a todo lo que después sucedió en el país: ‘Prefiero que me agarren los militares a tener que ir a vivir con los curas’”.

De todas maneras, la magistrada tomó sus prevenciones. Le dijo a la secretaria del juzgado, de su máxima confianza, la doctora Carmen Argibay – a la postre ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, a propuesta de Kirchner – que estaba pensando en dejarle un tiempo a los dos hijos que por entonces tenía, para esconderse por temor a ser detenida por los militares. Finalmente, no tomó la decisión ni fue apresada.

En cambio, Argibay fue detenida el mismo día del golpe. Oliveira, desesperada, trató de dar con su paradero hasta que en la cárcel de Devoto le informaron que estaba allí, pero nunca supo – ni ella ni la propia detenida – el motivo por el que Argibay pasó varios meses presa.

Tras la caída del gobierno de Isabel Perón, las reuniones de Oliveira con Bergoglio se hicieron más frecuentes.

“En esas conversaciones, pude comprobar que sus temores eran cada vez mayores, sobre todo por la suerte de los sacerdotes jesuitas del asentamiento”, relata Oliveira.

“Hoy creo que Bergoglio y yo – acota – comenzamos a entender tempranamente cómo eran los militares de aquella época. Su inclinación a la lógica amigo-enemigo, su incapacidad para discernir entre la militancia política, social o religiosa y la lucha armada, tan peligrosas. Y teníamos muy claro el riesgo que corrían los que iban a las barriadas populares. No sólo ellos, sino la gente del lugar, que podía ‘ligarla de rebote’.”

Recuerda que a una chica amiga que iba a catequizar también al asentamiento – y que no tenía militancia alguna – le imploró que no fuese más. “Le advertí que los militares no entendían, y que cuando veían en la villa a alguien que no vivía allí pensaban que era un terrorista-marxista leninista internacional”, cuenta.

Le costó mucho hacérselo entender. Al final, la chica se fue y, años después, le reconoció que su consejo le había salvado la vida

ENTREVISTA A EX PROVINCIAL DE LOS JESUITAS
Álvaro Restrepo es exprovincial jesuita y maestro de novicios. Habló con María Isabel Rueda sobre el papa Francisco, de quien afirma que protegió en todo momento a los jesuitas que estuvieron en peligro durante la dictadura de Videla.

“Ustedes se van de Argentina porque no puedo responder por la vida de ustedes aquí”, les habría dicho Bergoglio a los dos sacerdotes que fueron secuestrados y torturados por los militares, quienes ahora declaran tener “gratitud” hacia el actual Papa. “Un Papa siempre debe ser desconcertante, como Jesús”, opina Restrepo, quien conoció personalmente a Francisco.

Usted lo conoció en diversas etapas de su vida, y hasta le dice Jorge Mario. ¿Se considera amigo del nuevo papa Francisco?

Sí, me encontré con él varias veces, afectuosa y respetuosamente. ¿Que si soy amiguísimo? Depende de lo que llamemos amiguísimo. Si salimos a tomar café o mate, no. Lo llamo Jorge Mario porque me refería así a él antes de que fuera papa. Cuando era obispo, en alguna oportunidad le dije ‘eminencia’, y él me trataba de ‘¡che, Álvaro, mirá!’. Tuve que bajarme al mismo nivel de familiaridad.

En 1997 usted era provincial de los jesuitas, y lo enviaron a Buenos Aires a resolver una disidencia que le habían armado a Bergoglio, que ya era obispo de Buenos Aires…

No deja de ser extraño que para esa misión escogieran a un provincial colombiano. Pero no diría que fue una disidencia. Eran distintas maneras de pensar.

¿La división fue porque los más ortodoxos se fueron con Bergoglio y los modernos se rebelaron?

Cuando llegué a Argentina pensé eso. Que iba a encontrar a los modernos y a los atrasados. Pero descubrí que era un problema de liderazgos. El argentino es muy afectivo, se entrega, necesita un líder, y en cierto momento nacieron liderazgos distintos. Unos seguían la formación de Jorge Mario y otros eran más nuevos, una generación distinta.

¿Está al tanto de la controversia política alrededor del papa, por su pasado durante la dictadura de Videla?

El Nobel Pérez Esquivel ha hecho una aclaración que me dio gran alegría. Dijo que “no hay ningún vínculo que lo relacione (al nuevo papa) con la dictadura”.

Otra cosa dice el periodista argentino Horacio Verbitsky. En su libro ‘El silencio: de Paulo VI a Bergoglio’, acusa al papa de haber ‘entregado’ a dos jesuitas que fueron torturados por la dictadura militar…

Yo conocí a esos dos jesuitas. Uno es Francisco (Franz) Jalics, de origen húngaro, y el otro Orlando Yorio (quien ya murió).

¿Tuvo oportunidad de escuchar sus versiones?

Con Orlando me encontré tiempo después en Montevideo. Fui a visitarlo personalmente un día. Había salido ya de la Compañía, pero siguió de cura diocesano. Jalics se quedó un poco más en Argentina, antes de radicarse en Alemania, y un día fue a verme. Me dijo: “Con Jorge Mario no tengo sino gratitud”. Con Orlando las cosas sí quedaron así, con su salida de la Compañía.

El padre Yorio se murió con su versión de que el provincial Bergoglio los había desprotegido, cuando los secuestraron de un barrio muy pobre donde trabajaban.

Él les dijo: “Ustedes se van de Argentina porque no puedo responder por la vida de ustedes aquí”.

¿O sea que el padre Bergoglio pudo haber querido sacar a los sacerdotes Jalics y Yorio para protegerlos?

Esa pregunta yo la contestaría afirmativamente ciento por ciento. Prueba de ello está en la carta que tengo, que Jalics manda con motivo de la elección del papa con su testimonio de que “él nos trató bien, y si estamos vivos es por él”. Lo defiende mucho.

¿Existe una carta del padre Jalics, uno de los dos jesuitas mencionados, pronunciándose a favor del papa?

Se la voy a traducir del italiano, a su vez traducida del alemán, como me llegó: “Viví en Buenos Aires a partir de 1957. En 1974, movido por el íntimo deseo de vivir el Evangelio y de estar atento a la tragedia de los pobres, con el permiso del arzobispo y del entonces provincial Jorge Mario Bergoglio, y junto con otro confratello (Orlando), fuimos a habitar en una favela, en un barrio miserable de la ciudad. En la situación de entonces, o sea, de guerra civil, fueron muertos por la junta militar, en el espacio de uno a diez años, cerca de 10.000 personas. Guerrilleros de izquierda y civiles inocentes. A causa de informaciones falsas y tendenciosas, nuestra situación fue interpretada mal, aun dentro de la vertiente intereclesial. En aquel tiempo habíamos tomado contacto con uno de nuestros colaboradores laicos porque entró a hacer parte de la guerrilla. Nueve meses después, cuando fue arrestado ese señor, interrogado por los militares, tuvieron conocimiento de nosotros”. Continúa Jalics: “En la hipótesis de que hubiésemos tenido algo que ver con la guerrilla, fuimos arrestados. Después de un interrogatorio de cinco días el oficial que había dirigido el interrogatorio nos dijo que nos iba a liberar. En sus palabras: “Padre, porque ustedes de ninguna manera son culpables. Ya les buscaré el modo de que vuelvan a trabajar por los pobres”. A pesar del apoyo de esa afirmación de algún modo incomprensible, fuimos sin embargo mantenidos en cárcel cinco meses, encadenados y con los ojos vendados”.

¿Y en qué parte habla del papa?

Aquí viene: “Después de ser liberados, no estoy en grado de hacer ninguna declaración en contra del arzobispo Bergoglio. Abandoné Argentina. Después de años tuve la oportunidad de hablar con él sobre lo que había sucedido. Hemos celebrado públicamente juntos la misa y nos hemos abrazado. No queda nada que tenga que ser reconciliado. Y por lo que a mí respecta, lo considero como un incidente absolutamente cerrado. Le deseo al papa Francisco abundancia de bendición en su ministerio”.

¿De dónde sacó esa carta?

Me la mandaron de la curia general por medio de un jesuita que trabaja allá. De manera que no es por lavarme las manos, pero recuerdo la charla con Jalics, en la que personalmente me contó que había hablado con Bergoglio, y que todo estaba muy bien.

Fuentes: Valores Religiosos, ACI Prensa, Religión Digital, Religión en Libertad, Vatican Insider y otros, Signos de estos Tiempos