San Cosme Takeya (Los 26 Mártires de Japón)

Santos Cosme y Máximo Takeya. Padre e hijo. Mártires japoneses de la Tercera Orden Franciscana († 1597). Fueron canonizados por Pío IX el 8 de junio de 1862.

Cosme nació en la provincia de Ovari, en el Japón, de noble y rica familia. Más tarde sus padres cayeron en extrema miseria y Cosme debió buscar el trabajo manual con la profesión de forjador de armas. Había sido bautizado por los padres jesuitas. Al ir a vivir a Meaco, conoció a los franciscanos que hacía poco habían llegado de Filipinas y estaban construyendo iglesias, conventos y hospitales y trabajando en la conversión de los japoneses al cristianismo. Cosme les ofreció gustoso su colaboración. Tanto se aficionó a ellos, que pronto se convirtió en su habilísimo intérprete, asiduo en la visita y asistencia a los enfermos, catequesis de niños y adultos, en la predicación del evangelio, coronada con frecuentes conversiones. Junto con su familia fue acogido en la Tercera Orden franciscana seglar. Encomendó su hijo Máximo a los religiosos para que lo formaran como catequista y, si el Señor lo llamaba, fuera también un buen sacerdote y religioso.

Cosme siguió a los misioneros y a sus más estrechos colaboradores cuando se desató la persecución contra la Iglesia Católica. La primera prisión fue el convento, cerrado y rodeado de guardias armados. Los misioneros continuaron su ministerio en la iglesia con la administración de los sacramentos a los cristianos. El 30 de diciembre fueron trasladados a las cárceles de la ciudad y el 1 de enero de 1597, se les juntaron otro franciscano, tres jesuitas y tres fieles laicos. En la mañana del 3 de febrero las 24 víctimas a las cuales se les amputó el lóbulo de la oreja izquierda, fueron trasladados en carros hasta Nagasaki. En el recorrido llegaron al número de 26. Máximo, el hijo de Cosme, en el momento del arresto de su padre estaba en casa enfermo. Cuando se repuso corrió a alcanzar el pelotón de los condenados. Comenzó a gritar: “¿Papá, Padres, por qué no me avisaron? Quiero morir con ustedes!». Al ver en el último carro a su amigo Luis, siguió gritando: «Luis, querido Luis, ¿cómo has partido sin mí? ¿Acaso olvidaste que juntos prometimos a Jesús morir mártires por él?». Luego se acercó a su padre y le dijo: «Papá, querido papá, tómame contigo en el carro, también yo soy cristiano e hijo tuyo!». Se dirigió luego a los soldados conjurándolos a que lo subieran al carro junto a su padre. Un soldado lo agarró y lo golpeó violentamente con el sable en la cabeza. Cayó desvanecido; lo recogió una mujer y se lo llevó; era su propia madre. Y mientras en Nagasaki morían crucificados sus compañeros, él moría en su casa a consecuencia del golpe recibido, y así se reencontraba con ellos en el cielo.

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