Mártir japonés, de la Tercera Orden († 1597). Canonizado por Pío IX el 8 de junio de 1862.
Pedro Sukejiro se había hecho cristiano y franciscano seglar en Meaco, con los misioneros franciscanos, a los cuales había prestado toda su colaboración en calidad de catequista para la instrucción y formación de los neófitos, en la asistencia a los enfermos en los hospitales de la misión, y en la educación de los niños de las diversas escuelas.
Cuando en 1596 se desató la persecución de Hideyoshi, que, como un huracán, se abatió sobre hombres e instituciones destruyéndolo todo, los misioneros y los terciarios japoneses de Meaco y de Osaka fueron apresados para ser llevados a Nagasaki y ser crucificados. Durante el viaje Pedro Sukejiro y Francisco Fahelante, dos cristianos originarios de Meaco a quienes los misioneros tenían como colaboradores inscritos en la Tercera Orden de San Francisco, decidieron acompañar a los prisioneros para servirles de apoyo y ayuda en las dificultades del camino.
Ocupados en este servicio voluntario, lo hicieron tan perfectamente, que impresionaron a uno de los guardianes, que exclamó: «Los cristianos son realmente valientes, unidos entre sí con lazos de verdadera caridad y fraternidad». En vista de su persistencia en este servicio, también a ellos se les decretó la orden de captura. Y de esta manera fueron asociados a los otros prisioneros y martirizados con ellos.
La mañana del 5 de febrero de 1597 los santos mártires llegaron a Nagasaki. Se escogió como lugar del suplicio una parte plana de una colina que se parece mucho al Calvario, tanto en la forma como en los senderos tortuosos por donde se llega, cerca del mar, de donde se domina la ciudad. El gobernador había hecho levantar veintiséis cruces: las seis del medio para los franciscanos, las demás, a los lados, para los japoneses. En adelante aquel lugar comenzó a ser llamado “Monte de los Mártires”, o “Santa Colina”, por la sangre de cristianos derramada a lo largo de casi medio siglo.
En las primeras horas de la noche Fazamburo había publicado un edicto por el cual se anunciaba la ejecución de los mártires y se prohibía a todos bajo pena de muerte salir de la ciudad para acompañar a los condenados. En las puertas de la ciudad se colocaron soldados con la orden de no dejar pasar a nadie. Precauciones inútiles! En cuanto se supo que los condenados llegaban, todos, cristianos y paganos, se precipitaron hacia las puertas de la ciudad y como un torrente envolvieron a los guardias y se precipitaron hacia los mártires para acompañarlos al lugar del suplicio.
Pedro Sukejiro y los demás compañeros en la mañana del 5 de febrero de 1597 como invictos héroes sufrieron el martirio de la crucifixión cantando.
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